Bill hecho un guiñapo, en su habitual estado de semiiconsciencia. La habitación, un desastre: la Clark Nova llena de ceniza en la mesilla, andrajos, restos biológicos, útiles de adicto y papeles desparramados por todo el suelo. Llega Jack, coge un papel de aquí, otro de allá. Empieza a
leer entre tragos lentos. Bill, esto es una maravilla, concluye a los diez minutos. Me pongo y te lo paso a limpio todo en nada, ya sabes que
yo mecanografiando me salgo, que lo reconoce hasta el Capote. Bill: El nenaza del Capote lo dice con segundas, Jack, que no te enteras. Mira, tú haz lo que te salga del entrenalgas con esos textos, pero antes acércame aquella
cucharilla, hazme el favor. Usque in aeternum.
Caranalga de mí, en diciembre murió uno de mis grandes ídolos y yo ni me
enteré. En otoño de 2010 Nueva York se interpuso a la opción Tirol, que
estaba a huevo; mas siempre quise dejarme caer por la tierra del tipo
para, entre otras cosas, presentarle mis respetos en forma de rendida
genuflexión en la puerta de su morada o ante la barra de la taberna de
turno. Hasta el crematorio y más allá perdurará la extrema admiración
que siento por el maestro Lang, que seguramente sabrá excusar tamaña
desconsideración por mi parte y, ¿por qué no señalarlo?, los descojonos
que me ha proporcionado su peculiar arte (¿qué le voy a hacer, si nací
en el Mediterráneo?). Qué maravilla de humano y de voz, pero qué
maravilla... Jodel forever!!! E.L.