Por Emilio Losada
Una barbaridad de poemario de todas todas, vuelves a considerar muy de
mañana, cero injerencia artificial mediante, aún sin más
efluvio alcohólico en el gaznate que el regusto a enjuague bucal, mal dormido y
casi peor soñado, sí, pero lo suficientemente lúcido como para reafirmarlo a pensamiento en grito, ya se te ha hecho el
cuerpo a la contrariedad, con los años uno se acostumbra a todo, blablablá, en definitiva, que eres
de los que esperabas más del Vayá de las redes, talentoso poeta, aunque quizá
promiscuo en exceso y de exabrupto demasiado subordinado a la desmoralizante
actualidad, las prisas de la era y sus urgentes atajos, claro, es lo que tiene este
invento del demonio, mas he aquí al tipo en víscera y hueso, asentado,
elucubrado, contenido y salvaje, tierno y bruto a la vez, en riguroso trozo de
árbol, como debe ser, tanto narcotizante esmarfón, tanta tableta
fabricabobos y tanto niño muerto, puñeta ya, Javier Vayá Albert, un rapsoda a
la eterna usanza que de vez en cuando brota del subsuelo para asomar el ala del
sombrero por todo local que quiera regalarle a su suertuda parroquia las
palabras de un poeta de verdad, Ascendiendo a lo hondo, caza mayor, cancioneros como éste sólo los
pare un poeta-poeta, algo así jamás emerge de las enclenques
entendederas de uno de esos poetitas fáciles que han perdido los dientes de leche ante un
Mac, y mucho menos de las del anquilosado escritorzuelo mamandurrias
que clama sus encarriladas lecciones de moral guarnecido bajo el alienante
paraguas del holding de turno, nuestro Vayá va por libre y tiene
más que asumido que el arte será osado o no será, es el amante que ante la
irrupción inesperada del burlado escapa por la ventana en lugar de esconderse bajo
la cama o en el armario, es el funambulista sin arnés que tiene la desfachatez
de bajar la mirada para embriagarse de vértigo y que gusta de asustarnos adrede con
fingidas autocomplacencias para recuperar equilibrio e integridad en el último
momento y alcanzar con una facilidad pasmosa el otro extremo, «La poesía en el
fondo es el más bello error», afirma este superviviente al que las lecturas y
la experiencia le han enseñado, no en vano son ya más de cuatro décadas de
existencia en el planeta, a sobreponerse de los desmanes de un asfixiante
entresijo, a hallar magia y beldad en el erial, que estamos ante un poeta curtido
y puro donde los haya queda demostrado en cada una de las cinco partes que
conforman este libro que te zampaste de un tirón anoche, justo como no
se debe de hacer nunca con un poemario, y es que te resultó imposible
desentenderte de todos estos versos de amor y trinchera, abstraerte de las fatídicas
realidades que escriben el poema pero que muy pocos tienen el don de atraparlas al vuelo para
lanzárnoslas con tanto tino al alma, un preclaro librito sumamente
recomendable pues para las mentalidades sensibles neófitas o no en la lid que, eso sí, tengan algo de calle y hayan recibido en la crisma los rigores de este
putrefacto entramado, aunque ya se sabe, nunca está de más incidir en el
particular, a editorial pequeña, distribución prácticamente inexistente fuera
de su área de influencia, en fin, qué le vamos a hacer, hagan ojos
ciegos con alguna que otra línea aquí escrita y pregúntenle a su buscador
digital de confianza los pasos a seguir para recibir en sus domicilios esta
auténtica gema del Harold Lloyd de la poesía subterránea ibérica, ya están
tardando, pocas veces uno encuentra tanta altura en un descenso.
EL MEJOR POETA DEL MUNDO
El mejor poeta del mundo
se sentaba en un pupitre junto al mío,
escribíamos versos furtivos e ingenuos
para la misma chica.
Era el mejor en todo lo que hacía
era un endemoniado ángel
en un mundo de demonios angelicales.
Ahora lleva muerto toda una vida
yo llevo vivo toda su muerte.
Hoy recordaré una promesa que le hice
y por supuesto no he cumplido.
No creo en Dios ni en nada parecido,
pero a menudo me pregunto
si pese a lo mucho que nos duelen los
muertos
no les doleremos a ellos -mucho más- los vivos.
Ascendiendo a lo hondo ha sido publicado por El Petit Editor,
2017.
Javier Vayá Albert |
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