Por Emilio
Losada
Ha
vuelto a suceder, lees la última página y lo colocas cuidadosamente en el sitio
que le corresponde por lógica alfabética en la estantería, a la vera de sus dos
hermanos mayores, pero, ah, amigo, al igual que ocurriera con éstos, el libro
sigue abierto, las carpas del Circo Cerezal no pliegan, se alzaron para
permanecer, gloriosa paradoja de aquél que embebe su prosa de movimiento y
vivencia, y tú felicítate, no te reprimas, qué demonios, en parte es mérito
tuyo, bien por ti, eres público, juez y parte en este espectáculo de letras
extremas, supiste sortear virtuosamente la pole
position de toda la bazofia plantada por obra y bolsillo del magnate
mercachifle de turno en las mesas de novedades y “más vendidos” hasta toparte
por casualidad o, quién sabe, por pura magia, con el maestro de ceremonias de
este nuevo festín de miscelánea histérica, procede pues la grácil genuflexión
que le dedicas al espejo del tocador antes de despatarrarte de nuevo en el
catre, amplia la sonrisa, las manos entre la nuca y la almohada y la mirada
clavada en este límpido techo que protege de la intemperie tus sueños de poeta
afligido en el que, bendita literatura, la más abstracta y libre de todas las
artes, tu imaginación de lector empieza a proyectar como míticos fotogramas previos
al fatal desenlace las palabras transformadas en imágenes, así ves de nuevo las
lágrimas del pequeño pirómano Munay, provocador de incendios vitales, saliendo
sin duelo ante un mundo que empieza a no comprender, o el lánguido pulular de
Angie, la gata/gato, o esa tierna interpretación del encantador desfile de los freaks de Browning, o al mismo Pablo afrontando
sin rencor la estafa cochabambina con la ayuda de unos centilitros de ese
salario de estrellas que decía el divino Fijman, descubridlo de una maldita vez,
o las masturbaciones genetianas con las que consuela las ausencias de su
adorada Sabah, no es casualidad que el antisanto francés fuera, como el maestro
Cerezal, un poeta disfrazado de prosista, Pablo Cerezal, sí, grabaos su nombre
en la frente, quizá el escritor más grande de su generación en España, y ahora
cierras los ojos, aprietas los dientes y te preguntas por enésima vez cómo
puñetas lo hace para plasmar con palabras tanta belleza, mejor no le des más
vueltas, sólo cruza los dedos para que este artista que únicamente necesita un
cepillo de dientes para salvaguardar su integridad no desfallezca y siga
deslumbrando nuestros días y noches con nuevas maravillas como ésta, y ahí entramos
nosotros, amigos, ahí entra el público, el verdadero distribuidor de justicia
poética, el gran Nicanor artefactó que todos le debemos un hígado a Bolaño, lamentablemente la solución a aquel desaguisado no estaba en nuestra mano, pero aún estamos a tiempo
con Pablo Cerezal, aunque él jamás nos lo pedirá precisa de algo más que
reconocimiento y abrazos, en consecuencia, no es tan difícil de entender, podemos
empezar por regalarnos y regalar a toda alma hermana que se tenga a mano esta
maravilla de trozo de árbol, algo así de simple, algo así de acertado.
Pablo Cerezal |
Breve historia
del circo ha
sido publicado en una preciosa edición por CHAMÁN EDICIONES, 2017
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